EN LEPANTO LA VICTORIA

Lepanto: la gran Victoria española que definió la frontera europea en el Mediterráneo

¡Hijos! a morir hemos venido.

A vencer si el cielo así lo dispone.

No deis ocasión a que con arrogancia impía

Os pregunte el enemigo: ¿Dónde está Dios?

Pelead en su santo nombre,

que muertos o victoriosos

Gozaréis de la inmortalidad.

Allí donde habitan los héroes. Nada más y nada menos que don Juan de Austria, jefe supremo de las fuerzas cristianas en Lepanto, donde Europa, liderada por España marcó en el Mediterráneo la frontera con el turco y limitó la expansión árabe en Europa pues estaba llamando a las puertas de Italia y Francia un tiempo después de que España finalizase la Reconquista.

Don Juan de Austria era hijo ilegítimo del emperador Carlos I de España y de Bárbara Blomberg. Su fama viene de la mano del reinado de su hermano, Felipe II. Nunca antes la palabra bastardo estaría tan llena de orgullo, valentía y lealtad como en este momento:

«La más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros».

El Papa Pio V buscaba una gran alianza cristiana capaz de hacer frente al islam que a las puertas de Europa amenazaba sin piedad. Pocos cristianos respondieron a la llamada del Papa. Venecia y España únicamente defendieron la integridad de Europa mientras Francia e Inglaterra miraban para otro lado.

Carlos I ya se quejaba de Francia y de Inglaterra y por supuesto también del turco cuando tuvo ocasión a propósito de los planes de conquista de Túnez:

«[…] Siendo Barbarroja una trinidad, tres personas en una, que es el turco, el rey de Francia y él, y si quieren cuadernidad, añadan al rey de Inglaterra».

La Santa Liga formada por Venecia, Roma y España contaba un total de más de 200 galeras, 100 naves de carga, 50.000 infantes españoles, italianos y alemanes, 4.500 caballos ligeros y artillería en proporción. Tres sextos de los gastos de la empresa corresponderían a España, dos sextos para Venecia y un sexto para Roma.

El 8 de septiembre de 1571 don Juan de Austria pasa revista a la fuerza reunida en Mesina. Galeras llegadas de Barcelona, Cartagena, Palma de Mallorca, Génova, Nápoles, Venecia, Malta… Acto de proporciones indescriptibles de ardor bélico y estampa majestuosa ante el engalanado de más de 200 galeras y otras unidades de diferente porte. Todas listas para un único cometido: conservar las fronteras europeas en el Mediterráneo ante la amenaza de Solimán el Magnífico.

El 16 de septiembre la Armada se hizo a la mar formando una agrupación de descubierta y cuatro escuadras, una de ellas la de socorro. La vanguardia estaba al mando de Juan Cardona con siete galeras a su mando para reconocer la zona. La primera escuadra, situada en el ala derecha de la formación la mandaba don Juan Andrea Doria con 53 galeras; la segunda escuadra, en el centro, ocuparía el cuerpo de la batalla y estaría mandada directamente por don Juan de Austria con 64 galeras; la tercera escuadra, ala izquierda, al mando de Agostino Barbarigo con 53 galeras; y en la retaguardia con 30 galeras quien luego sería el invicto don Álvaro de Bazán.

El 7 de octubre de 1571 a las 7 de la mañana por fin se ven las caras mahometanos y cristianos en aguas del golfo de Lepanto. Don Juan de Austria en frente de Alí-Pachá comandante de la flota turca que comprendía 208 galeras 66 galeotes y 25.000 soldados de los cuales 2.500 eran jenízaros y el resto arqueros.

El viento reinante era propicio a los turcos que lo utilizaron marchando a toda vela contra el enemigo para establecer contacto  antes de que la fuerza de don Juan terminase su despliegue.

Comandantes de don Juan de Austria seguían aún reticentes a la lucha como es el caso de Andrea Doria que era de carácter “templado” ante el enfrentamiento y así se lo hicieron saber a don Juan de Austria quien tajante cortó la discusión afirmando:

«Señores, ya no es hora de consejo sino de combates».

Desde una fragata pasó revista a la fuerza desplegada, arengó a los españoles como el inicio del capítulo recuerda y a los venecianos les recordó las ofensas pasadas de los turcos:

«Hoy es el día de vengar afrentas; en las manos tenéis el remedio de vuestros males; menead con brío y cólera las espadas».

Durante la revista no dejó de insuflar valor ni a uno solo de sus hombres; de flamante figura, con tal estampa un césar parecía. Don Juan de Austria se había convertido en ese preciso momento en jefe de la cristiandad con únicamente 24 años. Tras la revista de la fuerza, el ardor de los suyos y el clamor despertado fue tal, que en vez del cielo parecía venir del mismísimo infierno cesando abruptamente en un silencio sepulcral para que arrodillados en acto solemne recibieran la absolución y la indulgencia plenaria a cargo de franciscanos y jesuitas mandados por el Papa Pio V para tal menester.

La señal del cielo fue clara y no se hizo esperar, el viento de levante cesó y se levantó fuerte viento de poniente ahora favorable a las tropas cristianas. En frente, más de 200 naves enemigas a remo avanzaban levantando un inmenso muro de espuma. La Sultana despliega el estandarte verde con la media luna y versículos del Corán. La Real hace lo propio y enarbola la insignia azul de la Santa Liga.

Se preveía que la intensidad del combate se registraría sobre la Real, por lo que fue escoltada por las galeras al mando de Colonna, Veniero y Luis de Requesens. En la Real formaban 400 arcabuceros y se había sustituido a la gente de remo por tropa de refresco. Toda la tripulación fue escogida: voluntarios, nobles e hidalgos y componentes de los tercios, todos veteranos en los asuntos de servir al Rey y a Dios nuestro Señor.

El combate se inicia mediando aún dos millas entre las dos flotas. Las primeras galeazas cristianas lideran la acción hundiendo dos galeras turcas y dejando averiadas otras tantas. Sin tiempo de reacción, los turcos son nuevamente alcanzados por las galeazas que recargan y disparan por segunda vez. Alí-Pachá encuentra en el enfrentamiento una acción suicida, por lo que retrocede y pone rumbo a la Real, al centro de la batalla.

El combate en el ala izquierda fue encarnizado. Los turcos pretendían una envolvente que Barbarigo impide parcialmente sin poder evitar el ataque por la retaguardia de algunas galeras turcas al mando de Siroco que eludieron la decisión de las galeras cristianas. Trece galeras turcas se enfrentan contra la capitana veneciana, mientras que las restantes impiden que pueda ser socorrida. Barbarigo, inmutable a los impactos, erguido en cubierta sigue dando órdenes, donde el valor es obligado si se quiere vivir pero que a veces no es suficiente para mantener agarrada el alma. Herido y exhausto es alcanzado con una flecha atravesándole su ojo izquierdo. Los suyos al fin le persuaden para que abandone el tabernáculo desde donde da órdenes para al menos poder morir en paz. Junto a él, diez oficiales más se acogieron al frío abrazo de las olas del mar.

Para socorrer a la capitana veneciana llega Giovanni Marino Contarini, sobrino de Barbarigo y que caería también herido de muerte. Aún con esta ayuda, los turcos son fieros y disparan mayor número de flechas que los cristianos tiros de arcabuz y ya habían embestido a la nave capitana veneciana hasta la altura del palo mayor. Pero al abordaje de los turcos a la capitana cristiana las tornas cambian, sin flechas que disparar, los arcabuces adquieren ventaja y junto con las diez galeras que don Álvaro de Bazán mandó al encuentro del ala izquierda para su refuerzo, se alcanza la primera victoria cristiana en Lepanto rindiendo la galera de Siroco. Ninguna galera escapó de la victoria, las que no fueron apresadas, fueron hundidas.

La batalla fue más cruel y sangrienta en el centro. Enfrente una de la otra, la Real y la Sultana, don Juan de Austria y Alí-Pachá. La turca dispara barriendo la arrumbada de la Real y ésta responde provocando daños considerables a la Sultana y es que aquí las galeras cristianas tienen una ventaja sobre las turcas: el acierto de don Juan de Austria de mandar cortar el espolón de todas sus galeras. De esta manera estarían en disposición de poder disparar en el último momento y en un ángulo más bajo, mientras que los turcos deberían maniobrar para buscar el disparo y siempre a cierta distancia.

La Sultana embiste a la Real hasta el cuarto banco y en 10 minutos de abordaje 75 soldados muertos. Los hombres de Moncada y Figueroa consiguen llegar hasta el palo mayor de la capitana turca a pesar de los jenízaros de la Sultana pero una y otra vez tienen que retroceder. Diez galeras turcas aprovisionan a la Sultana con tropas de refresco. Lo mismo hace Requesens por la popa de la Real. Ante el dantesco espectáculo, don Juan de Austria avanza de popa a proa para vencer o morir buscando el enfrentamiento de Alí-Pachá.

¡De Lepanto al infierno! En el cuerpo de batalla es donde tiene lugar la contienda más sangrienta, artefactos incendiarios, cal viva contra los remeros, clavos para los pies desnudos… No hay espadas que brillen al sol, todas tiñen de rojo, blandiendo entraña tras entraña de cristianos y sarracenos.

Aunque el enfrentamiento empezó muy igualado, poco a poco las armas de fuego de las tropas de Juan de Austria se hacen superiores a las flechas de los turcos. Por dos veces fue barrida la cubierta de la Sultana, pero los refuerzos no paraban de llegar y entonces don Álvaro de Bazán entra en escena con 30 galeras de la escuadra de socorro todas haciendo tronar sus piezas de artillería.

La excepcionalidad de hechos insólitos protagonizan las mejores muestras de heroísmo, como el caso de Alejandro de Farnesio, duque de Parma y el soldado español Alfonso Dávalos que luchando cerca de la Real, abandonan la nave capitana genovesa en un abordaje temerario a una galera turca, rindiéndola paso a paso avanzando por cubierta con determinación y coraje, derrochando valor por cien batallas más.

Andrea Doria poco o nada hizo para la victoria, incluso puso en riesgo ésta sino fuera porque Bazán y don Juan de Austria con todas sus fuerzas pusieron rumbo a su flanco para evitar la victoria turca. Es en esta acción donde Miguel de Cervantes entra en combate desde la Marquesa. Un soldado, un infante de marina, un español, genio universal de las letras castellanas, que su oficio entonces le reclamó la inutilidad de su mano izquierda al recibir un arcabuzazo y otro en el pecho.

Con la bandera de la Santa Liga en la nave Sultana solo se escuchan los gritos de ¡VICTORIA! El Mediterráneo está a salvo: 117 galeras, 13 galeotes y 117 cañones gruesos apresados entre otras embarcaciones y cañones menores.

No hay gran batalla sin anécdota, otra más, y es que entre los soldados de mayor arrojo se encontraba una mujer, María la Bayladora, hecho que se supo después del combate y se le concedió plaza en el Tercio de Lope de Figueroa.

En fin, estos eran los trabajos de los siervos de un rey al servicio de un Imperio, a esto se dedicaba España: a asegurar Europa en el Mediterráneo sin que Europa hiciese nada para tal menester.

¿Aún necesitas más excusas para visitar el Museo Naval?

– Fin –

Las novedades de El camino de los héroes a un clic.

2 Comentarios. Dejar nuevo

  • José Luis García galan
    16 septiembre, 2021 20:08

    Deberíamos hacer como los ingleses con Trafalgar y conmemorar la victoria de lepanto por d. Juan de Austria sobre los turcos, y la victoria sobre los ingleses en Cartagena de Indias por Blas de Lezo

    Responder
  • Miguel Rojo
    4 mayo, 2023 10:28

    Es un auténtico placer volver a leer este texto, tan bien escrito y que transmite pasión y orgullo por lo que un día fuimos y seguro volveremos a ser. Gracias Carlos.

    Responder

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