BAJO LA CÚPULA ESTRELLADA

Del Museo Naval de Madrid y la sala del Real Patronato

El último pequeño paso para el hombre. El último gran paso para la humanidad en la superficie de la luna fue dado por el comandante estadounidense Eugene A. Cerman. Muy conocidas son las palabras elegantes y poéticas, casi homéricas de Neil Amstrong, primer hombre en pisar la luna. Sin embargo aquí están las últimas palabras pronunciadas en ella, el adiós a la luna que embriagan melancolía, desprenden soledad, añoranza del pasado. Historia de una misión y el recuerdo pétreo encontrado en la sala  del Real Patronato del Museo Naval de Madrid.

“El desafío del Estados Unidos de hoy ha forjado el destino del hombre del mañana”.

La misión Apolo XVII fue una misión de la NASA enviada al espacio el 7 de diciembre de 1972 desde el cabo Kennedy, Florida. Fue la séptima y última misión de alunizaje. Su despegue se pospuso 2 horas y 40 minutos cuando la cuenta atrás alcanzaba el T-30 segundos debido a algún fallo en el control de presurización. Este hecho hizo que el Apolo XVII fuera el primer vuelo espacial tripulado nocturno estadounidense.

Fragmento de roca lunar

La tripulación del Apolo XVII estaba compuesta por el comandante y veterano de otras misiones, Eugene A. Cernan, el piloto del módulo lunar y geólogo Harrison H. Schmitt y el piloto del módulo de mando Ronald E. Evans.

El comandante Cernan se convirtió en el último hombre en pisar la luna. Fue en el valle Taurus Littrow en la frontera del mar de la Tranquilidad y el mar Serenidad. El geólogo de la misión Harrison H. Schmitt había propuesto previamente alunizar en la cara oculta de la luna pero la NASA se lo negó por la peligrosidad de lo desconocido.

Se recogieron 110 kg de rocas lunares y batieron todos los records de permanencia, paseos lunares y kilómetros recorridos.

Y con todo, una bandera de España viajó con ellos. Hoy, esa bandera, descansa junto a un fragmento de roca lunar en el Museo Naval de Madrid, en una sala monumental bajo una cúpula de estrellas.

“Este fragmento es una porción de una roca del valle de la luna Taurus Littrow. Se da como símbolo de la unidad del esfuerzo humano y lleva consigo la esperanza del pueblo americano para un mundo en paz”.

La gran sala del Real Patronato del Museo Naval de Madrid, bautizada ahora como sala Almirante José Ignacio González-Aller se encuentra en uno de los laterales del espacio dedicado a la ciencia náutica; instrumentos náuticos, sextantes y astrolabios de cuando el mundo aprendió a navegar de la mano de españoles y portugueses desde el siglo XV al XVIII.

Aquí las palabras dedicadas de sus amigos, compañeros, jefes y subordinados pronunciadas en acto de homenaje en el Museo Naval, donde habitan los héroes, que ahora engrosa el número de ellos, pero más que el número, lo que engrosa es la grandeza de los mismos.

“Solo desde la experiencia de marino entregado a su vocación, con miles de millas de navegación a la espalda, puede entenderse y calibrarse su labor de historiador. Su interés y dedicación a la historia naval creció sobre el suelo de su condición de marino. Brilló como investigador porque brilló como marino de guerra. No solo aprendió en los libros, en los legajos de los archivos; aprendió ante todo de la mar. Su carrera militar no es disociable de su menester como tratadista histórico. Entendía desde sí mismo, desde su propia realidad vivida, el comportamiento de los navegantes, de los exploradores, de los capitanes de mar y de guerra de otro tiempo. Su interpretación y sus estudios sobre la historia naval están probablemente entre las aportaciones más importantes y originales que se hayan hecho en nuestro país”.

La Gran Sala, majestuosa, no en vano su presidente de honor es Su Majestad el rey don Juan Carlos, encuentra en su centro una mesa redonda de una sencillez tal que merece una mirada para darse cuenta que está hecha de una única pieza de noble madera. Desde ella, el esfuerzo de la gestión de la que precisan la Historia, sus héroes y sus hazañas, o lo que es lo mismo, la grandeza de lo que fue un Imperio y que el Museo alberga.

Fue S. M. el rey don Alfonso XIII quien en 1929 apuntó la idea de que el Museo se rigiese por un Patronato para defender sus intereses y esfuerzos, aunque hasta 1932 no se dicta dicha disposición. La presidencia de este Patronato fue muy dispar en sus inicios. Hoy ligada a la realeza, podemos destacar de antaño al doctor Gregorio Marañón como presidente de este Patronato.

Hay que adentrarse en ella para ver sus tesoros. Una mesa auxiliar expone fotografías antiguas, tres generaciones de regios marinos: Alfonso XIII, S. A. R. el conde de Barcelona don Juan y S.M. el rey don Juan Carlos.

Su alteza real el conde de Barcelona don Juan de Borbón y Battemberg, su nombre, su figura, no puede estar más ligada a este Museo, por ser la cabeza del Patronato cuando lo era (1982-1993) y también por la acción transformadora y evocadora que el Museo hacía en su persona. El Museo y don Juan eran una misma cosa, como muestra de la hipérbole, las palabras de doña Casilda de Silva, marquesa de Santa Cruz, cuyo título deja bien claro sus lazos con la Armada, además de ser vocal del Patronato en tiempos de don Juan:

“No sé qué extraño duende toca a don Juan cuando entra en el Museo; por apesadumbrado que pueda estar y hasta por enfermo y más enfermo que parezca, su expresión se transforma. Se siente a sus anchas, disfruta y se relaja”.

De su majestad el rey don Juan Carlos recordamos sus palabras del discurso de clausura en la toma de la presidencia del Real Patronato:

“Asumo esta presidencia con orgullo y con el honor que supone participar de forma activa en la difusión de lo que ha sido y es nuestra Armada, de nuestra incuestionable tradición marítima y de la intensa historia naval que atesoramos y que tanto ha contribuido a engrandecer la historia de España”.

Un retrato, óleo sobre lienzo tiene protagonismo, justo donde se encuentran las fotografías reales. Don Martín de Navarrete (1765-1844), capitán de navío encargado de recoger de los archivos del Reino todos los manuscritos y noticias que encontrase relativos a la Marina para engrosar los archivos del Museo Naval de Madrid. Intelectual como pocos, fue nombrado socio de número de la Sociedad Económica de Madrid y académico de la Lengua y de nobles Artes de la academia de San Fernando.

Museo Naval de Madrid

Poco a poco, acostumbrando la mirada a la luz añeja que emana de un farol marinero, encontramos un detalle allí, otro aquí y alguno más allá y con el segundo parpadeo uno se da cuenta de los innumerables objetos que puede albergar esta sala.

Asomados a la balaustrada podemos perdernos en un mar de objetos, de cuadros, libros, cuberterías, platos y copas, alguna maqueta y muchos y diferentes objetos que no me atrevo a clasificar más allá de su trabajada ornamentación. Muebles, láminas e incluso vasijas romanas…

De pintores es protagonista también esta sala donde en una de sus vitrinas podemos ver una paleta decorada con un tema náutico, como no podía ser de otra manera, del magnífico don Rafael Monleón Torres.

Monleón fue un ávido pintor del siglo XIX que encontró su éxito en la Exposición Nacional de 1864. Su maestría para reproducir el buque con todos sus detalles le valió el hecho de convertirse en pintor del Museo desde 1870.

De su puño y letra escribió:

“Cuando en el año 1883 fuimos honrados por el gobierno de S.M. con el encargo de pintor restaurador del Museo Naval, y complacidos en alto grado por esta distinción a causa de nuestro entusiasmo por las cosas de la mar, nos creímos obligado a dedicarnos con todo empeño a coadyuvar al esplendor del Museo”.

No es la única paleta que se encuentra, hay otra más, la del también valenciano Carlos Peñalver Gisbert “el mejor pintor marinista español del siglo XX” también conocido como “el pintor de veleros”, por la maestría técnica, el realismo y cromatismo de sus obras. Podemos ver su obra en el Museo Marítimo de Valencia, el Museo Naval de Madrid y el Museo Marítimo de Barcelona. Se le considera el heredero de la técnica pictórica de la Escuela Valenciana, de la que su mayor exponente fue Monleón.

De cuadros, esta vez difícil de ver por encontrarse en la pared derecha a la balaustrada, la Revista en el Golfo de Rosas de Antonio Caula, coruñés del siglo XIX conservador del Museo Naval y gentilhombre de Alfonso XII.

Podemos seguir observando, y mirando y mirando encontramos, por ejemplo el joyel en forma de nao regalo de Carlos Manuel de Saboya a Felipe III cuando aún era príncipe, muy probablemente la joya de mayor valor de todo el Museo.

En la misma vitrina podemos ver el cáliz y patena de plata del siglo XVI que fue donado por la familia Aulet Ezcurra al crucero Canarias en 1940. Numerosos objetos de diversa índole se encuentran en estas vitrinas, de distintas épocas, nos damos cuenta cuando alzando la vista a la parte superior de la estancia encontramos decenas de vasijas y ánforas que las más modernas son romanas encontrando seguro, esto lo supongo, alguna fenicia o prima hermana.

La Real Sala del Patronato, la Sala Almirante José Ignacio González-Aller, regia, amaderada, cálida… entre sus cuatro paredes está escrito el sino del mundo que España impuso: “Tu regere imperio fluctus Hispane memento”, recuerda España, que tú registe el imperio de los mares, cuya leyenda original puede leerse en otra monumental de las salas donde habitan los héroes. La destinada a recordar la construcción de los mares: arsenales y navíos de cuando los españoles regían imperios; y en lo más alto, un faro para navegantes, mapa de la Historia, luz de los descubrimientos, sueño de lo desconocido… la cúpula estrellada.

Museo Naval

– Fin –

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