De mi puño y letra
Comunicación
Pedro Sebastián de Erice Llano
Coronel del Ejército de Tierra

Reflexiones de un militar en el mundo de las Redes Sociales

Sobreviviendo (por ahora) a los «me gusta» y los «retuits»

“¿Quién me ha mandado a mí meterme en estos berenjenales?” Reconozco que alguna vez esa pregunta ha cruzado, fugaz, por mi mente. ¿Se puede saber quién te ha mandado a ti meterte en esos berenjenales?” Mi mujer, periodista y gran conocedora del mundo de la comunicación militar, sí me ha repetido esta pregunta con más frecuencia e intensidad de la que me gustaría. Porque lleva razón.

El militar, como regla general, se siente cómodo escribiendo artículos profesionales o libros sesudos sobre cualquier ámbito de la milicia. Ya saben, “nunca la lanza embotó la pluma, ni la pluma a la lanza”, que decía Cervantes por boca de don Quijote. Pero en cuanto nos salimos de esa “esfera de confort”, en el momento en el que la espontaneidad gana terreno a la profunda reflexión de lo que decimos o escribimos, ya sea frente a un “canutazo” periodístico o a los 280 caracteres de un tuit, esa comodidad desaparece. Y es que, en ese delicado instante, aparece en nuestra mente, como una enorme señal luminosa de peligro, la redacción del artículo 12 de la Ley Orgánica (LO) 9/2011, de 27 de julio, de derechos y deberes de los miembros de las Fuerzas Armadas. Para los que la desconozcan, dice así:

  1. El militar tiene derecho a la libertad de expresión y a comunicar y recibir libremente información en los términos establecidos en la Constitución, sin otros límites que los derivados de la salvaguarda de la seguridad y defensa nacional, el deber de reserva y el respeto a la dignidad de las personas y de las instituciones y poderes públicos.
  2. En cumplimiento del deber de neutralidad política y sindical, el militar no podrá pronunciarse públicamente ni efectuar propaganda a favor o en contra de los partidos políticos, asociaciones políticas, sindicatos, candidatos a elecciones para cargos públicos, referendos, consultas políticas o programas u opciones políticas.
  3. En los asuntos estrictamente relacionados con el servicio en las Fuerzas Armadas, los militares en el ejercicio de la libertad de expresión estarán sujetos a los límites derivados de la disciplina.

¡Nada más… y nada menos! Ahora, opine usted de lo que sea en un país, nuestra querida España, donde somos capaces de politizar hasta si se le echa cebolla o no a la tortilla de patata o donde siempre tenemos un colectivo de “ofendiditos” cuya dignidad ha sido mancillada. Incluso en un terreno en el que teóricamente pisamos más fuerte los militares como puede ser el de la reserva en asuntos clasificados o en aquellos relacionados con la seguridad y la defensa nacional, el límite no está tan claro como podríamos pensar.

Este es el panorama legal –que se reproduce en diversos documentos de referencia del comportamiento militar como las Reales Ordenanzas de las Fuerzas Armadas o nuestro Régimen Disciplinario– al que se enfrenta el militar que, a cara descubierta y dejando claro que lo es, se expone a los medios de comunicación o las redes sociales. Es lógico, pues, que existan ciertas reservas a la hora de colocarse voluntariamente en esta posición.

Pero si este razonamiento es de una lógica aparentemente aplastante, ¿qué me llevó a lanzarme a las turbulentas aguas de las redes? Voy a intentar explicarlo.

Creé mi blog “Desde mi embarrada trinchera en Empel”, en marzo de 2011, después de un largo proceso de reflexión. En ese momento, con mi empleo de comandante consolidado y cuatro años de experiencia entre los Estados Mayores del Ejército y Conjunto, había llegado a varias conclusiones que me condujeron a tomar esa decisión. Las principales fueron estas:

  • Los militares seguíamos siendo unos grandes desconocidos para la sociedad a la servíamos y a la que habíamos jurado defender. Permanecían perfectamente anclados, en parte de esa sociedad, todos los estereotipos y prejuicios relacionados con la milicia en general, más los heredados —y a veces mantenidos por intereses torticeros— como consecuencia de la dictadura de Francisco Franco.
  • Rara vez se oía hablar a militares en los medios, salvo discursos institucionales o alguna entrevista aislada a aquellos que ocupaban la cúpula militar o eran jefes de contingente en operaciones. Ante insultos, descalificaciones o informaciones falsas, la política de comunicación del Ministerio de Defensa y los Ejércitos / Armada era pasiva. La expresión «calumnia, que algo queda» lograba, con las Fuerzas Armadas, su máximo rendimiento. Este silencio producía el «daño colateral» de la frustración y la impotencia entre los militares en activo, con lo que, en caso de darse alguna respuesta, esta solía tomar la forma de «explosión» inadecuada.
  • Muchos militares retirados sí hablaban y escribían. Unos, con mesura y conocimiento, añadiendo un plus de prestigio a su currículo. Otros, desatados, como si de repente hubieran visto la luz tras décadas de carrera silentes haciendo exactamente lo contrario de lo que ahora proclamaban entre golpes de pecho. El eco de las declaraciones de estos últimos, amplificadas por los medios, llegaban directas al ciudadano, que no tenía por qué conocer la distinción de derechos y obligaciones existente entre un militar en activo, en la reserva o retirado.
  • La comunicación institucional tiene su función y sus normas, incluso en plataformas «informales» como las redes sociales. Aunque siempre hay margen de mejora, no se le ha de exigir que haga algo que no puede ni debe hacer.

Con estas cosas en la mente, me puse a escribir en mi blog. Y lo hice con dos objetivos principales, muy relacionado con las conclusiones expuestas. A saber:

  • Dar a conocer la vida militar y los valores que sostienen esta preciosa profesión. Es decir, acercar a la sociedad lo que somos y lo que hacemos.
  • Defender lo que en su día juré al besar la bandera.

En mi caso, este último punto lo hice con la fórmula de la Ley 79/1980, de 24 de diciembre:

¡Soldados!¿Juráis por Dios o por vuestro honor y prometéis a España, besando con unción su bandera, obedecer y respetar al rey y a vuestros jefes, no abandonarles nunca y derramar, si es preciso, en defensa de la soberanía e independencia de la Patria, de su unidad e integridad territorial y del ordenamiento constitucional, hasta la última gota de vuestra sangre?

El sentido no varía con la fórmula actual y se puede resumir así: España, Rey, Constitución, obligaciones militares y cadena de mando.

Pero un blog, o al menos el mío, tiene una difusión limitada –con mucha letra y pocas fotos, cuesta que atraiga a unas generaciones que buscan lo eminentemente visual e instantáneo– y su crecimiento es lento. Por ello, en julio de 2016, cuando el blog contaba con unas escasas 38.286 visitas distribuidas en 28 entradas, decidí ampliar horizontes y abrirme una cuenta en Twitter. No tenía ni idea de cómo iba esa red, pero en poco tiempo vi que las posibilidades –y los peligros– eran grandes y empecé a trazar un plan para ser más eficaz, y eficiente, en la consecución de mis objetivos de comunicación.

Porque, sí, soy un tipo de planes, un “planifero”. Me he pasado gran parte de mi carrera planeando y reconozco que me gusta. Así que, en algo tan importante como era esto, no podía dejar que, simplemente, fluyese.

Lo primero que me marqué claramente fue mi “terreno de juego”, especialmente a la hora de defender aquello en lo que creo. Es decir, fijar los límites que no podía traspasar en ningún caso al interactuar en las redes. De nuevo, mi querido artículo 12 de la LO 9/2011 me marcaba las líneas, difusas a veces, pero válidas.

Pronto me di cuenta de que, antes de continuar, tenía que resolver un dilema no especialmente sencillo: Si un partido político instrumentalizaba, en contra o a favor, la unidad de España, al Rey o la Constitución, ¿mi defensa de lo que un día juré y prometí me posicionaba políticamente?

Las opiniones sobre este dilema son como los “traseros”, todo el mundo tiene uno, pero como la importante para mí era la mía, mi decisión, espero que acertada, fue que no. Si mi compromiso no se había movido un ápice en más de 30 años de servicio, ahora no debía de variar por factores externos. Y eso hago, con especial cuidado de no violar ese sagrado compromiso de neutralidad política y sindical, pero, a la vez, sin ningún complejo a la hora de defender los fundamentos de la profesión militar.

El segundo punto fundamental consistía en lograr una cuota importante de credibilidad, especialmente en los temas referentes a mi profesión. Para ello, aparte del conocimiento sobre la materia, consideré que era clave que viniera respaldado por mi identificación clara como militar –en las redes hay gente que juega con esa ambigüedad, sin dejar claro si es militar, lo fue o, simplemente, hizo la “mili” en su día. Yo quería dejarlo claro, sin ambages: “Sé de esto y te lo demuestro”.

Descarté el anonimato definitivamente, tras la apertura de mi cuenta en Twitter. Fue una decisión difícil, ya que era lo opuesto a una de las medidas de seguridad y autoprotección que debemos cumplir los militares. Pero pensé que, difícilmente podía esperar que el lector diera credibilidad a lo que leía, sin saber quién lo estaba escribiendo. Además, tengo ese punto romántico y quijotesco –estúpido quizá, pero muy militar y español– que considera que el anonimato puede interpretarse como cobardía. Y por ahí no paso…

Para aumentar la confianza del lector necesitaba también dejar claro que no se trataba de una cuenta institucional. Ni abierta ni encubierta. Eso significaba, por una parte, poder hacer crítica constructiva puntual sobre cuestiones de actualidad de las Fuerzas Armadas. Recalco lo de constructiva y puntual, que nadie espere “rajadas”; trabajo para el Ejército y estoy encantado de hacerlo. Por otra parte, que tengo derecho de réplica. Yo decido cuándo guardo silencio ante la calumnia o el insulto y cuándo no. El que ataca debe saber que también muerdo…

Muy unido a la capacidad de réplica, está otro aspecto esencial, que es la educación. El militar deber ser “modelo de ciudadanía”. Aunque me esfuerzo, yo no lo soy. Tengo mil defectos, pero, en mi interacción en las redes, intento ser exquisito. Decidí que el trato a todo el mundo sería de “usted” –y así lo hago, excepto a los que insisten mucho o con los que tengo una relación más íntima– y de “don” o “doña”. Incluso en las contestaciones más duras al niñato más impresentable. Sí, puede parecer ridículo, pero me permite mostrar el respeto que se merece la mayoría de los que me responden y la necesaria distancia con los que sólo buscan el insulto o la confrontación. Es como al que tiene que tocar un “zurullo”, pero prefiere utilizar un palo…

También consideré, en el marco de esa educación de la que quería hacer gala, que debía contestar a todos los que me dejasen un mensaje. La mayoría serían sólo sencillos mensajes de agradecimiento. En algún caso especialmente brillante, me extendería en la respuesta; y, con los “odiadores”, tiraría de ironía y sarcasmo. Al principio fue fácil, pero conforme aumentó el número de seguidores, el tiempo que dedicaba a ello se multiplicó. Llegué a tardar días, pero nunca renuncié a hacerlo. Relacionado con este tema, no sólo entraban en juego el “gracias” y el “por favor”, sino también el “perdón”. A veces me equivoco y nunca he tenido reparo en pedir disculpas públicamente.

Bien, ya estaba equipado para el combate, pero no tenía prácticamente seguidores en Twitter y así difícilmente podía cumplir mi misión –tardé 8 tuits y 50 días en tener mi primer like. Pasé de los 10 likes y conseguí que alguien me citara, catorce meses después. Y sólo pasé de 50 likes tras tres años en Twitter–. Impasible al desaliento, consideré que tenía que llegar a 10.000 seguidores para obtener, siempre a mi nivel, cierto eco.

En octubre de 2020, recuperé los mensajes de correo electrónico que, en mi misión en Afganistán en 2012, mandaba a mis familiares y amigos íntimos y, convenientemente tratados y ampliados, los convertí, simultáneamente, en entrada del blog y un hilo de Twitter. Seleccionaba cuidadosamente las fotografías del hilo, de forma que cada tuit era un “todo” con su mensaje y su fotografía. Procuré que la extensión total del hilo no fuera mayor de 25 tuits e incluí siempre un enlace al blog en el último, para aquellos que preferían un texto más elaborado. Así nació la serie “Jesusito de mi vida, ¡Jesús, qué vida llevo!” Trece capítulos más una introducción y un epílogo. Muchas horas de trabajo nocturno y en los fines de semana, pero fue un éxito. En relativo poco tiempo superé con creces el objetivo de seguidores que me había marcado. Ahora mis mensajes, para bien o para mal, tendrían cierto eco.

Como conclusión de estas reflexiones, tengo que decir que mi experiencia en las redes está siendo muy positiva. Primero, porque me encanta escribir. Disfruto viendo cómo fluyen las palabras cuando son temas que me salen del corazón. Segundo, porque he visto que era otra forma de poder contribuir a la Cultura de Defensa. Promocionar y acercar a nuestros conciudadanos lo que hacemos los militares. La acogida es mayoritariamente buena y eso me anima a continuar. El número de mensajes privados con dudas, consultas, agradecimientos…, es increíble. Tercero, porque nunca he recibido la más mínima presión de mi cadena de mando. Las lecturas que pueden hacerse de esto son muchas, pero la que yo hago es que “el mando” tiene confianza en lo que hago. Trabajo para el Ejército y nada de esto tendría sentido si supusiera un problema para la Institución a la que tanto quiero. Bastaría una llamada desde el nivel adecuado para que cerrara de inmediato todas mis cuentas. Cuarto, porque me ha dado la oportunidad de conocer a gente magnífica. Virtual y físicamente. De ámbitos muy diferentes. Hombres y mujeres.

Pero las redes tienen también su lado oscuro. He sido testigo y blanco del odio, del sectarismo, de la ideología que todo lo corrompe. Me han insultado, por igual, independentistas, pacifistas, comunistas, nazis, fascistas –pero de los de verdad, que ahora parece que todo el mundo es fascista– y ultracatólicos. Hasta gente que, simplemente, “pasaba por allí…” Reconozco que recibir “tralla” de los dos extremos me da tranquilidad de conciencia. Me han amenazado de diferentes formas, insultado con un amplio abanico de improperios –el que más me ha gustado es “payaso con patas”, ya que la simple visión de un payaso sin ellas me resulta aterradora–, mentado a mi familia próxima y lejana… Me han llamado mal militar, cobarde, parásito, psicópata…Y todo ello me ha valido para entrenar mi paciencia, mi resiliencia, mi ironía y mis reflejos. Y, por supuesto, para animarme a seguir adelante.

Así que, mientras alguien disfrute con lo que escribo y mi Ejército piense que soy útil –o, al menos, no me diga que no lo soy–, aquí seguiré. Porque creo que, en este frente, también hay que combatir.

Pedro Sebastián de Erice Llano
Coronel del Ejército de Tierra

– Fin –

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