Definición de militarismo clásico; militarismo en España; percepción del militarismo y antimilitarismo. Ejemplos positivos de la intervención militar en asuntos de la vida pública y civil.
Cuando España acabó por convertir en costumbre eso de ponerse patas arriba. Eso que decía Bismark: “España es el país más fuerte del mundo, los españoles llevan siglos intentando destruirlo y no lo han conseguido”. Cuando en España carlistas, republicanos y movimientos obreros convivían con las miserias otorgadas por la primera mitad del siglo XIX, en gran medida facilitadas por sus gobernantes, convirtiendo la terna anterior en cuarteto si se quiere al incluir la clase política en donde todos buscaban el interés particular que además casi siempre iba (y va) en contra del interés nacional. Es en este contexto donde surge con fuerza la idea de si España es militarista o no lo es.
España es el país más fuerte del mundo, los españoles llevan siglos intentando destruirlo y no lo han conseguido.
En el siglo XIX, con mayor notoriedad en la época isabelina hasta bien entrado el siglo XX la intervención del Ejército en la vida pública y política fue incuestionable, como también pasó en otros muchos países del mundo por aquella época. ¿Pero es esta incursión pública y política lo que se conoce como militarismo?
Todos los países, o mejor dicho, todos los sistemas políticos de gobierno, democráticos o no, han de enfrentarse a la difícil tarea de subordinar la autoridad militar a la civil. En el artículo publicado con anterioridad en este blog, “La reciprocidad de las relaciones entre las FAS y el resto de la sociedad” se discutió sobre ese control, sintetizado en las figuras del control civil subjetivo, objetivo o constitucional. Pues bien, la alteración de este equilibrio en pro de una mayor relevancia militar en la vida civil con mayor énfasis en la vida política es lo que se percibe como militarismo.
Al margen de la evidencia de que los militares no deben inmiscuirse en política, lo cierto es que en España, como en el resto de países de nuestro entorno, existen cargos con fuerte carácter político ocupados por militares. Hay además todo un ministerio de Defensa que se ocupa de desarrollar las diferentes políticas de defensa y militares que colaboran en el desarrollo de dichas políticas. También existe la militancia de militares en partidos políticos previa condición de haber pasado a la situación de retiro. También hay militares que se dedican a colaborar con el sector civil, público y privado y muchas otras relaciones entre militares y civiles en muchos otros ámbitos. ¿Pero es esto militarismo?
Los hay que al hablar de militarismo, buscan similitudes con el belicismo, el autoritarismo, con el expansionismo más o menos beligerante; la ambición territorial; o tal vez buscan el énfasis que hacen algunos de los valores militares como sinónimo de militarismo. El incremento de las partidas presupuestarias en el ámbito de la defensa y por supuesto cualquier atisbo de protagonismo militar en el ámbito civil o político. Todo ello expresado de manera más o menos efusiva, con razón o sin ella, se cataloga en la acepción de militarismo como si de un cajón de sastre se tratase pero siempre, eso sí, con una marcada connotación negativa.
El militarismo en su definición clásica que además es la que recoge el diccionario de la RAE es:
“La preponderancia de los militares, de la política militar, o del espíritu militar de una nación”.
Ante esta definición, ¿Es España militarista? Sí y no.
Cuando la política de defensa de un país no es ni prioritaria ni preponderante, ese país no puede ser militarista. Es el caso de España. Hecho que se demuestra año tras año en los Presupuestos Generales del Estado. Siempre fue polémica o discutida la visión que había que dar de los militares ante el resto de la ciudadanía bien en asuntos publicitarios o bien en “maneras de actuar” estableciendo una dinámica no escrita en misiones internacionales, donde la estética agresiva, guerrera, o incluso militar debía ser, en la medida de lo posible, disimulada, a veces, incluso yendo más allá de lo posible. Ocultar al guerrero y maquillarlo de voluntario de ayuda humanitaria. Si un país actúa así, no se le puede tildar de militarista.
No puede ser España un país militarista, cuando sus símbolos, cuyos orígenes castrenses son innegables, son constantemente cuestionados, aunque sea por unos pocos y no tengan enfrente una defensa férrea de los mismos por parte de una inmensa mayoría.
¿Es atender a las demandas de exigir los requisitos mínimos para las fuerzas armadas, militarismo? ¿Ha habido en España una carrera armamentística tal, que la nación se ha visto arruinada? ¿O acaso se ha militarizado el país hasta el punto de convertirlo en un gran cuartel?
Muchas veces se habla de militarismo cuando sólo existen fines militaristas en la intervención de las Fuerzas Armadas, pero no se habla de militarismo cuando el sector civil utiliza las Fuerzas Armadas extralimitándolas de sus funciones o tampoco se usa el término militarismo cuando el sector civil necesita de los militares para instaurar el orden lógico de las cosas.
Desde finales del siglo XIX, desde antes seguramente, España mantuvo un lento desarrollo económico, una clase media débil y escasa, élites sociales altamente corrompibles, delegando todos ellos, en el Ejército, la función de estructurar España por ser ésta una de las pocas instituciones sólidas de la época y por la falta de patriotismo de las élites que no asumieron sus funciones cuando tenían el deber de servir a España.
¿No se debería hablar pues, de una sociedad civil débil en lugar de militarismo con su correspondiente connotación negativa hacia las Fuerzas Armadas?
¿Quién da esa connotación negativa al militarismo? La respuesta es: los antimilitaristas.
Los antimilitaristas, que generalmente deberían estar en contra del militarismo, lo están en la práctica en contra de lo militar tanto en lo general como en lo concreto y buscan queriendo o sin querer la destrucción o el debilitamiento de las Fuerzas Armadas.
Con el pretexto del militarismo, los antimilitaristas exageran, falsean e incluso calumnian al Eército y a las FAS en su conjunto. Esto, junto con la indiferencia de otros tantos que no hacen nada por evitarlo provoca que poco a poco cale en la sociedad la idea del Ejército como instrumento prescindible, inútil y dañino para la sociedad. Al final, en el fondo de la cuestión, en ese rincón interior, individual del que nadie habla con nadie, los que actúan de esta manera albergan una realidad mucho más simple y mundana, “el miedo a pagar el tributo de sangre” (General Vigón) sobre todo cuando se trata de derramarla para que se salven otros.
En España no hubo un antimilitarismo exacerbado como sí lo hubo en otros países de nuestro entorno y el poco antimilitarismo que hubo en España se traduce más en indiferencia castrense, salvo algunas excepciones.
De la misma manera que hay diferentes acepciones para el término militarismo, hay también diferentes puntos de vista en cuanto a la percepción de los antimilitaristas. Por ejemplo los anarquistas de finales del siglo XIX eran profundamente antimilitaristas y en absoluto eran pacíficos.
Los antimilitaristas revolucionarios argumentan que el Ejército no es más que una herramienta de represión de la clase dominante contra la clase obrera en el interior y un yugo de dominio colonial hacia otros pueblos en el exterior y que por su mera existencia ocurren las guerras. Este discurso se hizo muy popular durante la época del Sexenio Revolucionario y está en consonancia con la acepción antimilitarista anterior de estar en contra de lo militar y no del militarismo.
Este discurso antimilitarista, que va en contra de todo lo castrense y que fomenta su desprestigio para luego moldearlo a imagen y semejanza de quienes lo critican, tiene en la actualidad muy poco recorrido, porque ese discurso destructivo sólo puede subsistir cuando uno confía en que nunca tendrá que usar al Ejército.
Cuando el Ejército no tiene oportunidad de demostrar su utilidad, su menosprecio puede calar entre la sociedad. Sin embargo las Fuerzas Armadas han demostrado su valía una y otra vez, no sólo en periodos de conflicto y en conflictos sino también como un estamento dedicado al servicio y a la ayuda de los necesitados en atentados terroristas, catástrofes medioambientales, grandes eventos culturales y deportivos, etc…
Esto último hace que volvamos a echarle un vistazo a la definición de militarismo y a la preponderancia militar.
Si aceptamos la preponderancia militar en una nación, no sólo como un énfasis de lo militar en lo militar y aceptamos que los militares adoptan posturas muy activas en el entorno civil, España es militarista y no por ello en un contexto negativo.
El 13 de noviembre de 2002 tiene lugar el accidente del Prestige, un petrolero monocasco, frente a las costas gallegas con una carga de más de 7700 t de petróleo, provocando uno de los mayores desastres medioambientales que se recuerdan en España. El día 19 del mismo mes y año el barco se parte en dos y se hunde a 246 km de Finisterre (La Coruña), a unos 3600 m de profundidad.
El accidente del Prestige supuso la movilización en recursos militares de 27 millones de euros y más de 78.000 militares en la participación de las labores de limpieza, 26.000 de ellos directamente en la limpieza de playas y acantilados, tomando parte de este despliegue casi todas las unidades del Ejército.
Los primeros en llegar y empezar las labores de limpieza antes que nadie fueron 160 efectivos de la Escuela Antonio Escaño, Escuela de Especialidades que la Armada tiene en La Graña; del arsenal de Ferrol y del Tercio Norte de infantería de marina, llegando a las playas aledañas de Malpica y acantilados para su limpieza. Al día siguiente, el contingente fue reforzado con alumnos y profesores de la Escuela Naval Militar de Marín (ENM) además de nuevos voluntarios del arsenal de Ferrol y del Tercio Norte. En diciembre se movilizó el Grupo de Unidades de Proyección de la Flota (GRUFLOT), Tercio de la Armada (TEAR) y la Unidad Aérea Embarcada (UNAEMB).
Desde luego nadie puede negar que esto es preponderancia militar en el ámbito civil. No obstante, la participación de militares en catástrofes naturales no es nuevo. Tal vez sea por la vocación de servicio; por ser ellos los únicos que disponen de medios suficientes para paliar los efectos, o sea la razón que sea, lo cierto es que la involucración de militares en aspectos no militares de la sociedad española es una realidad que no se puede tildar en absoluto de negativo.
En julio del año 2005 tuvo lugar otra catástrofe medioambiental, peor si cabe que la del Prestige. Un incendio en Guadalajara en donde además murieron 11 miembros de un retén de extinción. Se quemaron más de 13.000 hectáreas de monte y medio millar de vecinos desalojados.
Este incendio fue el detonante para que a finales de ese mismo año se diese la aprobación por medio del Consejo de Ministros de la creación de la Unidad Militar de Emergencias (UME). Única unidad militar destinada a propósitos no militares. Esto no hace más que enfatizar la preponderancia militar en el ámbito no militar.
Recientemente, en la pandemia global que se llevó por delante a más de 40.000 españoles, no sólo la UME, todas las Fuerzas Armadas se han involucrado, siendo la lucha contra el coronavirus su principal prioridad.
En los protocolos de actuación de la UME se dispone que actuarán ante emergencias y riesgos naturales como por ejemplo: inundaciones, terremotos, nevadas, incendios forestales, contaminación medioambiental,… Cuando existan riesgos químicos, radiológicos, nucleares y biológicos. En emergencias a consecuencia de atentados terroristas contra infraestructuras críticas, instalaciones peligrosas,…
En definitiva, en el siglo XXI no se puede hablar en España de la existencia de un militarismo exacerbado invocando en ello una connotación negativa del término. La intromisión militar en asuntos militares si se da por ánimo voluntarioso y de ayuda a la sociedad se debe aplaudir y reconocer. Pero cuando resulta por incompetencia o deficiencia de organizaciones gubernamentales o civiles de cualquier índole se debe hablar de una sociedad civil débil, que no es capaz de llegar allí donde debería y carga esa responsabilidad en los hombros de otros como por ejemplo en el de los militares, en donde unas veces son aplaudidos, otras veces ignorados y en ocasiones difamados.
Acabo como lo hice en el artículo de “La reciprocidad de las relaciones entre las FAS y el resto de la sociedad”…
“Las Fuerzas Armadas son parte de la sociedad. Y una sociedad que se esfuerza y sacrifica el confort de la autosatisfacción individual por la lucha de ideales encuentra por fin el sentido del amor a la Patria”.
9 Comentarios. Dejar nuevo
Directo y al «grano».
A muchos no les gustará tanta «claridad» y precisión.
Enhorabuena.
Gracias Pepe!!
Totalmente de acuerdo con Pepe.
A lo mejor habría que analizar más de cerca el uso que hace el poder civil de los militares y ver quién delega responsabilidades a quién.
Gracias Manuel!!
Creo que lo importante es saber que contamos con buenos militares y que están ahí para ayudar a toda la sociedad. No se cansan de demostrarlo.
Un abrazo!
Muy bueno.
Muchas gracias Gloria!.
Un abrazo fuerte!
Buen artículo.
En mi opinión las FAS son una caja de herramientas muy buena, muy eficaz y altamente eficiente. Por lo tanto, me parece una deslealtad hacia el contribuyente el jurarle la posibilidad de que se emplee en gestión de crisis para las que están preparadas y equipadas por temor a darle demasiado protagonismo.
Me viene a la mente el ejemplo de la crisis del ébola. Estoy seguro de que su se hubiese dejado que el personal del Gómez Ulla y el batallón de emergencias NBQ de la UME hubieran gestionado la crisis, ésta se habría resuelto con menos percances…
Enhorabuena, compartiré
Jurarle no, hurtarle
Gracias Peps!!!
Te agradezco que compartas, toda publicidad es poca.