Reflexiones del libro I sobre La naturaleza de la guerra, de la obra De la guerra de Carl von Clausewitz. La Guerra no es un fenómeno aislado. La defensa y el ataque y el principio de polaridad
De la guerra es una obra mundialmente conocida sobre táctica y estrategia militar escrita por el militar y filósofo Carl Von Clausewitz. Es una obra muy influenciada por las guerras napoleónicas y fue publicada tras su muerte por su mujer en 1832.
Rivaliza en popularidad con la otra gran obra El arte de la guerra de Sun Tzu, y completa la terna El príncipe de Maquiavelo. Aunque su aplicabilidad en la guerra moderna no tiene cabida tal y como fue percibida en su origen, muchos de los conceptos tratados en esta obra siguen en vigor.
Para comprender la obra de Clausewitz en todo su conjunto hay que entender su origen y su origen son las guerras napoleónicas del siglo XIX, especialmente la conquista de Prusia. Tiene un marcado carácter didáctico, pues fue una obra destinada a la enseñanza de futuros militares de la época. La obra fue escrita en su mayoría en los destinos de Estado Mayor y de enseñanza en academias militares que Clausewitz ocupó después de haber tomado parte en las guerras napoleónicas.
En el libro I, Sobre la Naturaleza de la Guerra, Clausewitz trata de explicar qué es la guerra desde su sentido más primigenio, así dice que:
«La guerra constituye, por tanto, un acto de fuerza que se lleva a cabo para obligar al adversario a acatar nuestra voluntad».
Pone de relevancia desde el principio que la guerra no es un hecho aislado y manifiesta que la guerra es un medio para alcanzar un fin, un objetivo, que es la imposición de nuestra voluntad frente al enemigo.
La guerra no surge de la nada, para Clausewitz, es necesario las siguientes condiciones:
- Sentimiento hostil.
- Intención hostil.
La hostilidad mencionada no hay que identificarla con una naturaleza agresiva o bárbara, sino con las circunstancias que rodean el conflicto y hacen que el conflicto no sea un hecho aislado. No sólo el sentimiento, hace falta además una intención hostil para ir a la guerra.
Para imponer nuestra voluntad, o para someter al contrario, se debe colocar al enemigo en una tesitura más desventajosa que la que supone el sacrificio que se le exige y esta desventaja no debe ser transitoria, porque en tal caso el enemigo esperará a que la situación cambie a su favor. Dicho de otro modo, la victoria tiene que ser rotunda, la rendición tiene que ser incondicional.
El resultado de una guerra no es absoluto y los derrotados lo ven como un mal transitorio. Esto está en consonancia con el hecho de que la guerra no es un fenómeno aislado, por eso la victoria tiene que ser rotunda, para no dar al enemigo herramientas capaces de cambiar una realidad pasajera.
Un ejemplo de esto último, es el resultado de la Primera Guerra Mundial (de la que estamos recordando su centenario), un resultado transitorio porque no se cuidó de cambiar todo lo que rodeaba al conflicto y todas las soluciones se adoptaron en función del fin de la guerra únicamente. El resultado es que los derrotados, en este caso los alemanes, vieron el resultado de esa guerra como un mal transitorio y cuando tuvieron oportunidad intentaron cambiarlo, dando lugar a la Segunda Guerra Mundial.
En la actualidad este precepto no ha cambiado mucho y sigue siendo uno de los factores fundamentales a la hora de enfrentarse al enemigo (cometiendo, igualmente, los mismos errores). Hay que hacer ver al enemigo que la opción de entrar en combate supondrá un esfuerzo y desgaste tal, que no merece la pena la defensa de sus ideales y es mejor el sometimiento de la voluntad del atacante.
Obviamente lo anterior no siempre pasa. Es entonces cuando hay que calibrar las fuerzas y medir la magnitud de los medios con que el oponente cuenta y por supuesto su fuerza de voluntad. Si la fuerza de voluntad es incorruptible, el enemigo luchará por muy intrascendente que sea el objetivo a defender o a atacar (esto es una aproximación de lo que ocurre en los conflictos asimétricos).
El desarrollo de la guerra depende en gran medida de la ley de probabilidades y el resultado final de la guerra depende casi de hechos puntuales, de determinados factores y de determinados personajes que inclinan la balanza a un lado o a otro. Dicho de otro modo, la fortuna como ingrediente a tener en cuenta. A este respecto, Napoleón decía:
«Sólo hay dos tipos planes de campaña, los buenos y los malos. Los buenos fracasan casi siempre debido a las circunstancias imprevistas, que a menudo proporcionan el éxito a los malos».
Si el resultado final de la guerra depende en su mayoría de una cuestión de probabilidades, el objetivo político como causa original de la guerra debe jugar el papel de factor esencial en este proceso.
El objetivo político, por tanto, es la causa original de la guerra. Cuanto menor sea el objetivo político o menor valor le queramos dar, tanto menor serán los recursos militares que se destinarán a la consecución de ese objetivo. Esta actitud recuerda mucho al concepto estratégico que la OTAN desarrolló durante la segunda mitad del S. XX. «La Respuesta flexible» que se basaba en escalonar la respuesta defensiva en función de la agresión.
Aunque el objetivo político es un factor determinante en el desarrollo de la guerra, ésta no es un asunto que se resuelva entre políticos sino entre militares y por lo tanto los fines de la guerra no se pueden confundir con los objetivos políticos. Este es otro hecho por el que se demuestra que la guerra no es un hecho aislado y su resolución no acaba en la mayoría de las veces con el conflicto sino que el resto de influencias externas a la guerra tienen que acompañar y llevarse a término para la consecución final del objetivo político que éste no es el mismo que el de la guerra.
Mientras no haya paz, la guerra continuará, y sólo se suspenderá la acción bélica en espera de un momento más favorable. Pero este momento favorable, lo es sólo para uno de los bandos, por lo que si uno se beneficia de la espera, el otro debe hacer lo posible para proseguir la lucha.
En relación al ataque y la defensa, Clausewitz explica que no son conceptos opuestos y por lo tanto carecen de polaridad. Esto viene a colación del principio de polaridad, en que lo positivo y su contrario, o sea, lo negativo, se destruyen mutuamente. Por ejemplo, vencer en una batalla es principio verdadero de polaridad, ya que la victoria de uno constituye la derrota del otro.
En este sentido, ataque y defensa no conforman un acto de polaridad ya que nos referimos a cosas distintas, sin embargo sí que tienen una relación común objetiva, en este caso esa relación es la que tendrá polaridad. El ejemplo que expone Clausewitz es muy representativo de esto último:
Si a “A” le interesa no atacar inmediatamente sino cuatro semanas después a “B”, a “B” le interesará ser atacado inmediatamente y no cuatro semanas después. Se trata de una oposición directa, es decir es mejor para “B” que “A” ataque ahora y no cuatro semanas después, aunque ello no repercuta ningún beneficio para “B”.
En el análisis del ataque y la defensa sobre el principio de polaridad, la defensa conforma un papel más atractivo para Clausewitz que el ataque. Ahonda en el efecto superior de la defensa frente al ataque y mantiene un argumento controvertido sobre el tema, algo que yo modestamente no comparto.
Fue Napoleón quien acuñó la frase de que la mejor defensa es un buen ataque. Lo que es evidente es que quien lleva la iniciativa tiene más capacidad de reacción.
Digo que el análisis que hace Clausewitz sobre la defensa y el ataque es controvertido porque al mismo tiempo mantiene la idea de que es mejor librar un combate defensivo en un futuro desfavorable que uno defensivo en el momento presente. Está abogando claramente por atacar si se tiene la oportunidad.
En cuanto al desarrollo de la guerra ya se dijo con anterioridad, que la ley de probabilidades está muy presente y con ella el azar, la accidentalidad y la buena suerte. Para Clausewitz ninguna actividad humana guarda más relación con el azar que la guerra.
La osadía, confianza en la buena fortuna, intrepidez, temeridad, son manifestaciones del valor y tales esfuerzos tienden a la accidentalidad, por lo que el componente de la fortuna tiene para Clausewitz más importancia de la que debiera.
Casi toda la obra de Clausewitz está influenciada en las guerras que tomó parte y sobre todo en las guerras napoleónicas siendo Napoleón su álter ego.
Al igual que Napoleón, comete, a mi juicio, el error de entender la guerra, al margen del plano político, a una única forma de encuentro, un ejército contra otro. No hay directrices específicas para el resto de fuerzas, que en su época era la Armada, además del Ejército. Hoy en día es impensable aplicar las misas técnicas y reglas a la hora de enfrentarse al enemigo para Ejército, la Armada o el Ejército del Aire.
Una explicación de esto puede ser, que efectivamente Clausewitz escribió De la guerra influenciado por las campañas en las que luchó y las guerras napoleónicas y para Napoleón el mar o la guerra en la mar no era más que una continuidad de la guerra en el continente (y por eso el resultado que cosechó en el mar).
Para Clausewitz, la tecnología no era lo más importante. Decía que la guerra, al final, se reducía a un duelo, guerrero contra guerrero, repetido por cada uno de los combatientes que tomaban parte del conflicto. Hoy, esto es impensable, donde la doctrina tecnológica determina la manera de combatir y no sólo eso, sino también la misma estructura de las Fuerzas Armadas.
La guerra es una continuación de la política por otros medios. Clausewitz, no dijo esto exactamente, pero es la frase representativa de toda su obra. Lo abordaremos en la segunda parte del análisis.
Continuará…