CON EL CAQUI NO TE HABRÍAS DADO CUENTA

O de la defensa que hace Maryl Streep sobre el azul cerúleo como excusa para hablar de la Primera Guerra Mundial

Tropas estadounidenses en la batalla de Saint-Mihiel. 1918. IGM. The Everett Collection. Canva Pro.

-Tropas estadounidenses en la batalla de Saint Mihiel, IGM, 1918. The Everett Collection-

[N]ueve reyes montaban a caballo en los funerales de Eduardo VII de Inglaterra, que la muchedumbre, sumida en un profundo y respetuoso silencio, no pudo evitar lanzar exclamaciones de admiración. Vestidos de escarlata y azul y verde y púrpura, los soberanos cabalgaban en fila de a tres, a través de las puertas de palacio, luciendo plumas en sus cascos, galones dorados, bandas rojas y condecoraciones que lucían al sol.

El color en la guerra, una cuestión interesante, atractiva incluso, pero poco divulgada. La Primera Guerra Mundial no fue en blanco y negro, fue en caqui, éste fue sin duda el color de la Gran Guerra. Lejos de ser un aspecto superficial, estético o sujeto a los intangibles de la moda, el caqui representa, identifica un cambio de paradigma en el devenir de la guerra. Un cambio en el modelo del pensamiento militar, de nuevas estrategias, nuevas técnicas, y debería haber calado lo suficiente para modificar las tácticas decimonónicas todavía vigentes en la antesala de la guerra. El caqui fue el resultado de la evolución tecnológica en el conflicto.

El título del ensayo (el principal, Meryl Streep viene más adelante) hace referencia a una de tantas viñetas británicas de la revista satírica Punch or The London Charivari fundada en 1841 por Henry Mayhew y el grabador Ebenezer Landells, en el que una anciana patriótica le dice a un joven salpicado por un autobús que pasa a su lado que nunca se habría dado cuenta de la mancha si se hubiera vestido de color caqui. Otra viñeta, en esta misma línea, recoge un diálogo entre una niña pequeña y la señora del vicario, donde ésta le pregunta:

¿Dónde conseguiste esos bonitos guantes caqui, Daisy? ¿Te los tejió tu madre? — No señorita, papi los envió a casa desde el Frente por Navidad.

Viñeta Punch, or the London Charivari. IGM. 1915. Biblioteca de la universidad de Heidelberg

-Viñeta Punch, or The London Charivari. IGM, 1915. Biblioteca de la universidad de Heidelberg-

Viñeta Punch, or the London Charivari. IGM. 1915. Biblioteca de la universidad de Heidelberg

-Viñeta Punch, or The London Charivari. IGM, 1915. Biblioteca de la universidad de Heidelberg-

El caqui como color habitual en la uniformidad de los ejércitos de gran parte de las Fuerzas Armadas europeas no se formalizó ni generalizó hasta la Primera Guerra Mundial. El primer párrafo del ensayo está extraído del capítulo 1 del libro Los cañones de agosto. La ganadora del premio Pulitzer Barbara W. Tuchman empezó así su obra más célebre, la que narra de manera desgarradora y fidedigna los treinta y un días de 1914 que cambiaron Europa y el mundo. La uniformidad colorida de los monarcas en contraposición con el caqui que se impondrá durante la guerra.

En la Primera Guerra Mundial, los contendientes volcaron sobre el campo de batalla toda la tecnología disponible que la Revolución Industrial puso al alcance de la mano en aquel periodo.

Ante aquella acumulación de poder destructivo, resultado de la innovación tecnológica: máquinas de matar, carros acorazados, submarinos, armas químicas… todos los analistas llegaron al convencimiento, primero, de que no habría guerra en Europa. Tal poder de destrucción entre unos y otros no lo permitiría, sería nefasto para la economía de cualquier país y para la economía global en su conjunto. Posteriormente cambiaron de opinión y para evitar desdecirse por completo se desdijeron un poquito (cualquier parecido con los analistas actuales es pura coincidencia). De haber guerra ésta sería muy breve, resuelta en unas cuantas semanas, como había ocurrido en los últimos decenios, y que la victoria la alcanzaría quien pudiese desplegar mayor número de hombres y producir mayor intensidad de fuego. Es por ello, que a la tecnología dispuesta, las Fuerzas Armadas de la potencias engrosaron sus filas con toda la cantidad de efectivos posibles.

Finalmente se convirtió en una fatídica guerra de desgaste donde Europa sufrió una de las mayores catástrofes de su Historia.

La culminación de Alemania como potencia de primer orden tras la imbatibilidad de su ejército  en las guerras francoprusianas; una potente industria armamentista y la humillación y pérdida territorial de Francia, hipotecarían las relaciones internacionales hasta 1914. La inestable situación derivada de la enemistad entre franceses y alemanes arrastró al resto de las grandes potencias a una demencial carrera armamentística, a un desaforado afán por incrementar los efectivos de sus ejércitos y a prepararse para la guerra con dedicación inusitada. 

Fue con la Revolución Francesa cuando los límites de las guerras quedaron difuminados, fácilmente indistinguibles. Guglielmo Ferrero escribiría:

La guerra limitada es uno de los más eminentes logros del siglo XVIII. Pertenece a una clase de plantas de invernadero que pueden prosperar solamente en una civilización aristocrática y cualitativa. Ya no somos capaces de ello. Es una de las buenas cosas que perdimos como resultados de la Revolución Francesa.

La guerra limitada quedó atrás. Clausewitz en su celebérrimo De la guerra, en el siglo XIX, anunciaba la guerra total , sin embargo apareció como un oasis, más bien como un espejismo,  una paz que auguraba los peores designios. La Paz Armada, consagrada en las cumbres de la Haya de 1899 y 1907 por iniciativa del zar Nicolás II. Llena de buenas voluntades pero de pocas obras que la apuntalasen, sirvió para incrementar el poderío tecnológico militar de las potencias como nunca antes se había conocido.

La calma tensa que se estaba viviendo en Europa, debía tener una válvula de escape y los esfuerzos bélicos de las potencias se concentraron en mantener, defender y consolidar el dominio de sus imperios coloniales, especialmente las colonias africanas y asiáticas.

«La doctrina estratégica de las sociedades modernas tiende a amoldarse a la tecnología disponible», decíamos en nuestro primer análisis publicado, La realidad asimétrica, y fue por eso que existía un equilibrio inestable entre las potencias europeas, no así en las colonias, a la vista de los ejércitos indígenas africanos, el de los zulúes por ejemplo. La doctrina estratégica no era equiparable ni por la tecnología disponible ni por el aspecto cultural del conflicto.

La aplicación de las técnicas más modernas de enfrentamiento así como la tecnología más vanguardista no tenía sentido en este escenario y los viejos generales bucólicos de glorias pasadas tendían a infravalorar a veces, de manera exagerada, los avances tecnológicos, mientras que por contra, la facilidad para ensalzar las virtudes de la carga de caballería con el sable en alto no conocía de obstáculos.

Todo lo anterior produjo un mal espejismo de lo que sería una cruenta batalla en Europa al extrapolar las enseñanzas de los enfrentamientos en las colonias al viejo continente. Sólo unos cuantos políticos e intelectuales se esforzaron por poner de relieve el peligro que se cernía sobre Europa en caso de que estallara un conflicto generalizado, en el que la industria y la tecnología puestas al servicio de la guerra terminarían por destruir el modelo social tan trabajosamente construido durante el siglo XIX.

Han Delbrück, fue uno de ellos. Profesor de la universidad de Humboldt, estudió la guerra de los bóers y también la ruso-japonesa. Sostuvo que el equilibrio de fuerzas (la doctrina estratégica de la que hablábamos en párrafos anteriores) imposibilitaba librar batallas decisivas y que Alemania se vería abocada a afrontar una guerra de desgaste y con un desenlace muy cuestionable si la marina británica bloqueaba sus rutas comerciales.

En los albores de la Gran Guerra vino una tercera reconsideración de la mayoría de los analistas de la época. Sería una guerra rápida y a favor de Alemania.

Alemania se preparó para la guerra, para una guerra corta. Era una guerra en la que debía aniquilar a Francia. El General Von Bernhardi en 1910 afirmaba que la guerra es “una necesidad biológica” y que “hay que luchar por la existencia” y en cuanto a Francia dijo: “es completamente inconcebible que Alemania y Francia puedan negociar sus problemas. Francia debe ser aniquilada de tal modo que nunca pueda cruzarse en nuestro camino. Francia debe ser aniquilada de una vez como potencia mundial”.

¿Qué podía salir mal? Alemania nunca previó que Reino Unido se involucraría en la guerra y lo hizo. La falta de miras de lo que supuso invadir Bélgica. La previsión de una rápida rendición de Francia. Una guerra rápida que se tornó en una guerra de desgaste por lo que el acopio de suministros resultó escaso. Pero lo peor que hizo Alemania fue no prevenir alternativas.

A mediados del XIX Armstrong en Reino Unido y Krupp en Alemania ya habían adoptado la cadena de montaje en sus fábricas de armamento y la Gran Guerra supondría la entrada en juego de una gran cantidad de novedades en el teatro de operaciones: trincheras, la estandarización y mejora de las armas de repetición, el alambre de espino, el motor, el avión, el acorazado, el submarino, el carro de combate…

Soldado y ametralladora en una trinchera. IGM.

-Soldado y ametralladora. IGM. the Everett Collection-

La estrategia alcanzó la categoría de ciencia en esta época, debido fundamentalmente al desarrollo del tren y del telégrafo que agilizó como nunca antes el transporte de tropas al frente, la logística y la comunicación constante entre vanguardia y  retaguardia.

La revolución que supusieron las conservas para los soldados en el frente mejoró notablemente la prevención en enfermedades por malnutrición, conservación de los alimentos y la facilidad de acopio de suministros.

Sin embargo, la táctica, como decíamos al inicio, no se acompasó al vertiginoso ritmo marcado por el progreso tecnológico y los reglamentos siguieron más o menos las pautas de la doctrina de los tiempos napoleónicos, con la salvedad de mostrar cierta tendencia a la dispersión y al enmascaramiento.

Dispersión y enmascaramiento. La relevancia de suprimir la vistosidad de los colores fue una imposición de la nueva forma de hacer la guerra espoleada por la innovación tecnológica. La incorporación del mimetismo, la adopción del caqui como color general de los ejércitos de Europa y la inclusión del zapapico en la equipación del soldado.

Como toda novedad, tuvo sus reticencias, especialmente en la milicia, mucho más reacios a los cambios. Churchill, presente ya por estas fechas diría:

Sólo hay una cosa más difícil que introducir una idea nueva en la mentalidad militar… hacer olvidar la antigua.

Especialmente reaccionarios a este cambio fue la cúpula militar francesa, entre otras cosas por la involución de sus mandos al no comprender la manera de enfrentamiento que imponían las nuevas guerras, en parte por la situación que trajo la Paz Armada, en parte por la negativa al cambio.

Desde la más remota antigüedad, el soldado había entrado en combate coronado de plumas y vestido de colores brillantes, avanzaba, resistía y disparaba a pie firme y encuadrado en una formación compacta, tenía junto él a sus jefes y podía escuchar sus voces de mando, de aliento o de censura. Pero desde los albores del siglo XX tuvo que habituarse a confundirse con el terreno, a disparar tumbado sobre el suelo y sin apenas levantar la cara, a reptar para poder avanzar, a cavar para poder protegerse y a actuar por propia iniciativa sin apoyo ni asesoramiento de sus mandos directos. 

Soldados estadounidenses del 23th de infantería disparando una ametralladora francesa de 37 mm. IGM. Everett Collection. Canva Pro.

-Soldados estadounidenses del 23th de infantería disparando una ametralladora francesa de 37 mm. IGM. The Everett Collection-

Gran culpa de la adopción del color caqui en la uniformidad militar la tiene la infantería. La infantería de la época que con ametralladoras y bien atrincherada podía ejercer un daño en las filas enemigas como nunca antes se había visto. Hasta que no apareció el arma de repetición, el soldado de infantería no podía disparar recostado desde el suelo. Esta novedosa situación produjo la dificultad de localizar al enemigo: por estar acostado al nivel del terreno sin proporcionar un blanco fácil, y por la polvareda que cientos de fusiles de repetición y ametralladoras provocaban en el momento de la acción ¿Qué podía estropear el enmascaramiento? la vistosidad del uniforme.

El color caqui era excelente para camuflarse. El ejército británico fue de los primeros en adoptarlo. Lo hizo precisamente en sus guerras coloniales contra los boérs.

La popularidad que adquirió este color en la uniformidad británica durante las guerras de los bóers fue tal, que sus miembros fueron conocidos como los khaki, khaki boys o khaki soldiers. Una vieja postal de la época, entre su leyenda se lee:

¡Bravo fusileros de Dublin! […] cuando nuestros chicos de caqui vuelvan a casa, daremos nuestros más sinceros vítores a esos chicos que han ganado tanta fama […].

Enseguida fue adoptado como el color natural del soldado, es más, en ocasiones, no llevarlo provocaba suspicacias. La siguiente estampa de un bebé desnudo pero con un brazalete caqui, que dice “no visto de caqui, pero está bien porque tengo mi brazalete” fue una campaña publicitaria, especialmente dirigida a los jóvenes que formaban parte de la milicia voluntaria británica, que para que no fueran estigmatizados socialmente, mientras estaban a la espera del uniforme, les animaban a ponerse un brazalete caqui de voluntario para evitar eso, el estigma social de ser poco patrióticos o de no ser afines a la causa de la guerra.

Postal británica patriótica. IGM

-Postal británica patriótica. IGM-

Otro ejemplo de prestigio asociado al color caqui, fue la anécdota de una compañía que vestían con uniformes reciclados de color azul y de mala calidad. Los soldados hicieron una colecta entre todos para hacer un perfecto uniforme de color caqui que se lo iban prestando unos a otros cuando salían de permiso.

Los ingleses, en la campaña contra los bóers adoptaron el caqui, los alemanes cambiaron el azul prusiano por el gris de campaña, y los búlgaros incluyeron el color parduzco para sus uniformes. La gran mayoría de las potencias europeas adaptaron sus uniformes en pro del enmascaramiento, del mimetismo, pero en 1912 los franceses seguían luciendo chaquetas azules y pantalones rojos, y es aquí donde entra en juego Meryl Streep y el azul cerúleo de la película El diablo viste de Prada:

Tú vas a tu armario y seleccionas, no sé,  ese jersey azul deforme porque intentas decirle al mundo que te tomas demasiado en serio como para preocuparte por lo que te pondrás, pero lo que no sabes es que ese jersey no es solo azul, no es turquesa, ni es marino… en realidad es cerúleo. 

Tampoco eres consciente del hecho de que en 2002 Óscar de la Renta presentó una colección de vestidos cerúleos y luego creo que fue Yves Saint Laaurent el que presentó chaquetas militares cerúleas […] y luego el azul cerúleo apareció en las colecciones de ocho diseñadores distintos, después se filtró a los grandes almacenes y luego fue hasta alguna deprimente tienda de ropa a precios asequibles donde tú sin duda lo recuperaste de alguna cesta de ofertas.

No obstante ese azul representa millones de dólares y muchos puestos de trabajo y resulta cómico que creas que elegiste algo que te exime de la industria de la moda cuando de hecho llevas un jersey que fue seleccionado para ti por personas como nosotros entre un montón de cosas.

“El soldado francés no debería vestir como si pareciese sucio”, era la réplica francesa a la tendencia generalizada del enmascaramiento en la guerra, en un alarde de chovinismo costumbrista francés. En la revista El Echo de París se pudo leer:

Borrar todo lo que es colorido, todo lo que presta su alegre aspecto a los soldados, es ir en contra tanto del gusto francés como de la función militar.

Aquí la defensa del caqui hay que hacerla del lado de Maryl Streep y el azul cerúleo. Reino Unido en el papel de Óscar de la Renta donde su colección cerúlea fue la guerra de los bóers poniendo de manifiesto el éxito del caqui. Yves Saint Laurent y el resto de colecciones son interpretados por Alemania, Bulgaria, … y el suspiro de Anne Hataway que inicia este magnífico monólogo de Meryl Streep,  la aparente superioridad de estar por encima de esas nimiedades, de la intelectualidad por encima de la superficialidad, lo representó con gran maestría la cúpula militar francesa, aunque en este caso, en el empeño de mantener la estética frente a la practicidad (las tornas cambiadas).

Si el azul cerúleo representa millones de dólares y miles de puestos de trabajos en la industria de la moda y que solo por eso habría que tenerlo en consideración, el caqui que representaba la diferencia entre vivir o morir se hubiese merecido una Meryl Streep (odiosa en su papel de Miranda Priestly, pero férrea en la defensa del cerúleo) entre las filas francesas.

Visto lo visto, Francia estaba lejos de hacer las cosas bien, acumuló 42 ministros de la guerra en 43 años antes de la Primera Guerra Mundial. Messimy (flojo en el papel de Maryl Streep), uno de tantos de esos ministros de la guerra escribió más tarde:

Esta ciega e imbécil preferencia por el más visible de todos los colores tendrá crueles consecuencias.

El piloto británico Bernard Curtis Rice escribió en una carta a su padre:

Pasan grupos de caballería francesa con un aspecto muy alegre, con sus túnicas azul cielo y sus pantalones rojos, montados en sus carros blancos como la nieve. Y ahora salen los caballos de transporte y los equipos de artillería, que van a abrevar, un lote de animales de buen aspecto, y todos perfectamente acicalados.

El ejército francés es una cosa bonita, pero dudo de su eficiencia.

Sus uniformes son alegres y llamativos, sus oficiales son elegantes y valientes hasta cierto punto, pero todos son demasiado excitables y, ante un revés, son propensos a desanimarse, de hecho pronto pierden el ánimo. Los uniformes alemanes están diseñados teniendo en cuenta la armonía con el entorno, los azules pizarra y los tonos verdes, pero en mi opinión ninguno cumple con el cometido tan completamente como el caqui británico.

El cambio del color de la uniformidad no era algo baladí, respondía a una nueva forma de hacer la guerra y lo que fue más importante, un cambio en la mentalidad guerrera. Lejos quedaba ya la presencia vistosa del jefe, en lugar preeminente para que le viesen con claridad dirigir a sus ejércitos. Los colores llamativos de esos uniformes que se indican al principio del ensayo enmascaraban la caballerosidad, la honorabilidad del jefe, pero ya no había tal cosa en el ejercicio de la guerra. La Primera Guerra Mundial fue la primera guerra total y el ejército dejó de tener el monopolio de la guerra para ser solo un instrumento en ella.

John Keegan en Historia de la Guerra escribía:

Se empecinaron en perpetuar la “institución” mameluca, negándose a transformar su naturaleza. Y había razones comprensibles para semejante resistencia, pues su hegemonía derivaba del monopolio que ejercían por ser excelentes jinetes y arqueros, y abandonarlo para adoptar las prácticas más generalizadas de combatir con mosquetes o a pie habría significado para ellos perder su posición privilegiada. Fue la estrechez de su cultura militar, como en el caso de los zulúes lo que los abocó a su desaparición. Aunque su poder militar era consecuencia de su militarismo de élite, se empecinaron en conservar su modelo bélico anticuado, en vez de adaptarse a los nuevos métodos de guerra.

El rostro de la batalla (por seguir con Keagan) cambió definitivamente al ser adoptado el uniforme caqui por la mayoría de los ejércitos. El cambio de uniformidad fue el síntoma más evidente de que la forma de hacer y entender el combate emprendía una nueva senda sin retorno.

– Fin –

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